jueves, 15 de julio de 2010

La sed del caminante

Señor, aquí tienes a tu siervo. http://www.youtube.com/watch?v=a2LFVWBmoiw

Cuando los días son largos y suceden muchos acontecimientos, demasiado desperdicio para tan pocas horas, uno se pregunta si llegará al final. No es fácil asumir tantas decepciones y tan pocas alegrías.
Y aun así, creo que es en estos días cuando Tú más me sorprendes. "Mi yugo es ligero y mi carga llevadera", leo en tus ojos justamente cuando pienso si aguantaré. Bendita casualidad. Sabes cuidar de mí, aunque no quiera verlo. Nunca mi oración queda perdida en un universo vacío, si no que te compadeces de mí, cuando bordeo el camimo.
Aún cuando se me hace tedioso pensar que mi vida ha de ser un gesto continuo de alabanza a tu nombre, en realidad, sé que es lo mejor de ella, es mi vida en sí misma. Es mi propia fe, la que me has dado, inspirada por el sabio Espíritu, la que afirma rotundamente: Santo eres Señor, Dios del Universo.

Aquí regreso, mi Dios, junto a tu Hijo, a este remanso que es tu huerto, para protestarte porque no entiendo nada, para pedirte que me perdones por no contar contigo y aún así para alabarte y darte gracias, porque a pesar de todo, me vuelves a convocar a tu mesa, me llamas por mi nombre, pues lo tienes grabado a fuego en tu palma.
Esta es mi oración, sincera, silente, con tintes agónicos, miedosa, pero ante todo una oración fiel a mi Padre que lo es Todo para mí, el centro y el contorno, el alfa y la omega. Dame fuerzas Señor para que mi mente no deje de pensar en ti, mi corazón no haga más que desearte y mi lengua no cese de proclamar tu grandeza por todos los rincones.

Y tú, mi Señor, la palabra hecha carne, la vida hecha servicio, el honor de la humildad y el adalid de la dignidad. Mi amado, mi compañero de viaje, mi confusión y mi entereza, mi defensor y mi certeza. Recogeré una a una todas las gotas de sangre de tus ojos si es necesario con tal de que tu rostro no vuelva a cubrirse de lágrimas por una herencia que te deshonra y que parece no haberse enterado de nada. Sólo puedo levantarme una vez más, humillarme y alabar tu grandeza de ser Dios y hombre por mí.
Enséñame a orar, Jesús mío. Muéstrame el camino del amor infinito del Padre que todo lo puede.

Porque sin Ti, mi Dios, yo no soy nada. No soy ni una mota de polvo que sacudes de tus sandalias, ni el perro que se alimenta de tus migajas.
Sin Ti, no soy ni el cobarde centurión que traspasó tu corazón, soy el Judas que te traiciona y no es capaz de reconocerse a sí mismo. Tú me enseñas a ser hombre, porque Tú eres verdadero hombre. Quiero que habites todas las habitaciones de mi casa, de tu templo y eches de allí a los malhechores.

Sólo Tú apagas la sed de este caminante. No la sacies nunca. Quiero que todo mi ser se rinda ante el deseo de tenerte aunque sea por un segundo, de ver culminada tu obra sobre este pobre siervo tuyo.
Acuérdate especialmente de los que nada tienen, material o espiritualmente, y dame lo justo y necesario para poder servirte plenamente. Sé que no necesito más, aunque me empeñe en lo contrario.

Tú eres mi Dios, eres mi Todo. Me quedo junto a tu Hijo, velando con Él, que es injustamente juzgado por nuestra falta de amor.

Gracias por este momento, por este oasis en medio del desierto. Mi alma reposa en tus brazos y mi carne descansa serena.

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