miércoles, 22 de septiembre de 2010

El hijo que vuelve a casa

http://www.youtube.com/watch?v=o0Ou_DdQ7kY

Así me siento hoy, Señor.

Hacía tiempo que no me asomaba a esta ventana para ver el mundo desde otra perspectiva. No puedo excusarme con el pretexto de las vacaciones o los exámenes. No me ha apetecido, no salía de mí, no quería escribir, incluso me ha costado un mundo orar; eso es todo.

Vengo a acercarme a ti, Jesús mío para que me lleves a la casa del Padre, porque mis fuerzas son limitadas y mis deseos confundidos. Porque sin Ti, en realidad, nada tiene valor, nada sirve para nada.

Vengo a arroparme en la abrumadora misericordia de un Padre que sale a buscar a su hijo, que por unas cosas u otras se siente al margen de su propia espiritualidad, aunque se choque con ella continuamente.

Vengo a decirte que aquí estoy, aunque lo sepas; que aunque yo sé que siempre estás ahí de vez en cuando me lo recuerdas. Porque no es fácil, no es cómodo; pero hay una fuerza más grande, es tu Espíritu, que puede con todo.

Vengo a darte gracias porque siempre hay una casa a la que volver, un punto de partida, un principio y fundamento. Porque creo que me lo sé todo y a veces sólo doy vueltas alrededor del mismo lugar.

Vengo a pedirte que no te olvides de mí, de mis hermanos, de mi prójimo. El mundo se desmorona, mi mundo se desmorona sin Ti. Nada tiene sentido y busco su sentido en lugares extraños y me hundo en el desasosiego; y vuelta a empezar. Tengo pocas fuerzas, soy muy débil y cobarde, dame tu valentía, Señor, para afrontar mi camino. Ayúdame a orar, simbra en mí ese deseo maravilloso. Cultiva en mí ese hábito. Haz de esa costumbre un canto de alabanza a tu nombre.

Vengo a quedarme contigo en este huerto rogando al Padre que se haga su Voluntad, aunque creo que no me quedaré ahí eternamente, pues Tú me acompañas a mí y no al contrario.
Guardo en un lugar muy especial nuestros encuentros en una pequeña capìlla, viendote diréctamente como el Padre quiso que te viéramos. Nunca me faltes, mi Jesús sacramentado.

Dámelo siempre, Padre, te lo ruego.

Mi alma reposa en tus brazos y mi carne descansa serena